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La vida de un freelance sin hipoteca

Hoy he escuchado una reflexión muy interesante de la periodista Olga Rodríguez que me ha parecido muy acertada: tener una hipoteca y ser periodista es incompatible ; eso es lo que nos hace ser libres, el hecho de no tener nada que pueda atarnos. No puedo estar más de acuerdo. Un freelance o periodista independiente, como es mi caso, vive de los artículos o crónicas de televisión que consigue « colocar » a los medios. La mayor parte del tiempo propongo temas a los medios con los que colaboro y que creo que les va a interesar. Ellos aceptan, rechazan o no contestan (práctica habitual). En el último caso, toca de nuevo poner en marcha la maquinaria : volver a buscar temas y ronda de emails. En contadas ocasiones es la redacción quien propone un tema y lo quiere « para ayer » (frase clave de la profesión). Otro aspecto de la inestabilidad del periodismo es que hay algunos jefes que creen tener total disponibilidad de tu tiempo y se creen con derecho a llamar a cualquier hora de la madrugada. En mis comienzos, como apenas tenía experiencia, mis tarifas eran más bajas que las de mis compañeros. Como no podía vivir exclusivamente del periodismo lo compaginaba con otros trabajos (servía hamburguesas, plegaba ropa, servía pasta italiana...) pero me permitía decidir los temas con los que quería trabajar y no tenía la presión económica de aceptar aquellos que no me interesaban. No sólo era una cuestión de gustos sino de compromiso ; yo decidía la « línea editorial ». Dos ejemplos. El jefe de redacción de una de las cadenas para las que colaboraba me contactó muy molesto reprochándome el hecho de no haber cubierto una manifestación. Apenas tuve ocasión de rebatir, él creía tener la razón y era una guerra perdida, pero traté de decirle que no estaba de acuerdo en dar cobertura a una manifestación de extrema derecha. Él me aseguró que « no era de extrema derecha » y que mi obligación como periodista era cubrirla. Él se encontraba a más de 5.000 km y sin embargo parecía conocer mejor que yo la situación. Todo quedo ahí. Una experiencia totalmente diferente fue la que viví durante varios meses remplazando a una periodista asalariada de una cadena de televisión. Pasé al estatuto de « asalariada », lo que me obligaba a realizar una crónica diaria y seguir los dictados de la redacción. Un día estaba de camino para entrevistar a los familiares de tres activistas kurdas que habían sido asesinadas un año antes en París cuando recibí una llamada del jefe de redacción : « deja las kurdas, vamos con el romance de Hollande ». Yo no tenía ni idea de qué me estaba hablando pero al parecer una revista del corazón había publicado unas fotografías de la supuesta relación del presidente francés con una artista. Traté de disuadirle : sólo son rumores. No hubo argumentos suficientes, tuve que salir con aquella noticia. Al final de mi crónica lancé mi pequeña « revolución » : A pesar del interés mediático, según las encuestas el 75% de los franceses consideran que este revelación forma parte única y exclusivamente de la vida privada de François Hollande. Fue una satisfacción agridulce. Al día siguiente cubrí el tema del asesinato de las activistas kurdas para otra cadena. El trabajo de periodista es una constante batalla pero, aunque parezca una paradoja, uno se siente más seguro cuanto menos tiene que perder. Quizás un día de estos me encuentre de nuevo al otro lado de la barra sirviendo aquellas enormes hamburguesas estilo americano. Al menos sé que dormiré tranquila.

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