Querido Enrique
Cuando me enteré de la noticia busqué rápidamente en Google con la esperanza de que fuera una de esas erratas donde se mata al personaje antes de su hora, como ocurrió hace poco con Hugo Chávez. Pero ahí estaba tu obituario en El País. Empecé a recordar entonces tus batallitas entre los amigos, quería hacerles entender lo especial que eras, y eres todavía. Reímos y nos imaginamos ese ataúd que tú querías pedir a medida para levantar bien alto el dedo de honor y nos preguntamos qué canción de jazz habrás elegido para marcharte. Tu casa era aquel templo sagrado donde íbamos todos a buscar inspiración. De guerras, de política, de periodismo, de lo estrechas que eran las españolas de la época... durante horas saltábamos de una conversación a otra. Yo sentada en aquel sofá comiendo pastas de té que, una tras otra, me repetías: venga, come otra. Salía de allí con el estómago lleno y con ganas aun de comerme el mundo.
Hasta aquí hemos llegado y aquí nos paramos a retomar el aire y continuar tus pasos. He aprendido tanto de ti que no puedo separar el periodismo de tu nombre. Ya sé lo que vas a decirme pero lo diré de todas formas: Gracias Maestro.