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En el nombre de las cosas

Vivimos en una época donde el futuro es incierto pero todavía lo son más las palabras que lo sostienen. Los eufemismos se han convertido en un resorte que utilizamos para camuflar aquello que puede herir sensibilidades y así burlamos nuestros propios miedos.

Hace tiempo que oímos hablar de expedientes de regulación de empleo (ERE), conocidos también como cese de contrato, extinción de la relación laboral o medidas de flexibilidad. Palabras que, motu propio, deambulan por nuestra rutina. En Francia se da un caso muy curioso: a estos despidos masivos se les denomina plans sociaux, planes sociales, y suenan de manera dulcificada en titulares que suman hasta 74.400 despidos en tan sólo el año 2012.

En el panorama internacional la situación es todavía más desconcertante: conflicto, ofensiva, intervención militar, ocupación o guerra civil; todo se vuelve una miscelánea difícil de digerir. Va más allá de una cuestión lingüística, confundir víctima y agresor es perpetuar esa misma violencia. Cuando se habla de daños colaterales estamos hablando de civiles asesinados, una intervención militar es una guerra y las ejecuciones extrajudiciales son terrorismo de Estado.

Los gabinetes de comunicación requisan un vocablo, los medios de comunicación se encargan de convertirlo y al final terminamos hablando alegremente sobre amnistia fiscal o apoyo financiero.

Pronto las palabras habrán perdido su valor.

Sin dogma ni honra. Son tiempos difíciles para las palabras.

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