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El movimiento de los indignados vuelve a retomar sus protestas tras la última convocatoria a nivel mundial del 15 de octubre. Esta vez, deciden dar un paso adelante y acampar en La Défense, el distrito de los negocios de París.



La cita era a las cinco de la tarde sin embargo horas antes doce furgones de la gendarmería y policía se habían instalado a un lado del arco a modo de comité de bienvenida. A esa hora, fotógrafos y turistas merodean por la escalinata para ir descubriendo los eslóganes de los indignés. Su máxima se repite en cada uno de sus actos: “Nosotros somos el 99% y rechazamos al 1% que decide nuestro futuro en nuestro lugar”.


El Arco de la Défense, conocido como el arco de la fraternidad, se encuentra en el moderno distrito de negocios, el más grande de Europa. La acampada tiene lugar ante la atenta mirada de los rascacielos de las más importantes compañías del país como la telefónica SFR o la eléctrica GDF Suez. “Las anteriores convocatorias se han celebrado en la Bastilla, pero ese es un símbolo de una revolución de hace dos siglos. Es aquí donde tenemos que estar ahora” asegura André, un joven funcionario español que reside en la capital francesa desde hace ocho años.


Comienza la asamblea y el moderador advierte: “tenemos permiso sólo hasta las nueve de la noche pero debemos permanecer aquí unidos”.  En Francia es necesario un permiso de la jefatura de policía para poder realizar una manifestación. A pesar de ello, los indignados deciden dar un paso adelante y acampar en La Défense. Un total de treinta tiendas y cerca de 200 personas se sitúan bajo el último escalón del edificio. Cecile Lagarde, una de las personas que gestionan el periódico del movimiento, afirma “los políticos, los sindicatos y los medios son todos la misma cosa. Esta sociedad es como un foro romano, nosotros estamos en la arena y los políticos nos miran desde arriba y nos hacen luchar entre nosotros”.


A las nueve y quince minutos el ambiente se vuelve más tenso, saben que se ha terminado la hora del permiso y los portavoces comienzan a dar instrucciones por megáfono: “es una acampada pacifista, nada de violencia. Debemos permanecer juntos el máximo tiempo posible” y advierte “prepararos para un posible rociado de gases lacrimógenos, el que quiera marcharse que lo haga ahora”.

Después el locutor dirige sus últimas palabras a las fuerzas de seguridad: “Según el artículo 12 de la Constitución francesa, la garantía de los derechos del hombre y del ciudadano necesita de una fuerza pública; por lo tanto, esta fuerza ha sido instituida en beneficio de todos, y no para el provecho particular de aquellos a quienes ha sido encomendada. Quiero que sepáis que estáis incumpliendo la ley”. Comienzan los vitoreos  y aplausos.




La policía rodea el edificio y comienza a cercar a todos los presentes en un espacio cada vez más reducido, por los cuatro costados se alinean para impedir el paso. Indignados y periodistas quedan inmovilizados por el cordón policial y el tono de los reproches comienza a subir, pero siempre acompañado de la habitual cortesía francesa: Monsieur, ¿es capaz usted de dormir por las noches?” le reprochan. La policía hace oídos sordos.


Los acampados protegen las tiendas a modo de barrera, lo que se conoce como la estrategia del “ángel guardián”, y la gendarmería trata de romper una a una las filas de contención. Los indignados son empujados y arrastrados por el suelo, la policía va recogiéndolos y pidiéndoles que se alejen. Algunos reclaman explicaciones, otros se levantan con dificultad, casi sin habla, y se distancian unos metros para comprobar cómo sus compañeros son sacados con la misma rudeza.


En uno de los intentos de evacuación un joven cae al suelo de espaldas y queda inmóvil, en pocos segundos queda rodeado de policías y compañeros. Veinte minutos más tarde la ambulancia se lo lleva en camilla para trasladarlo al hospital. Los policías tratan de impedir el paso de los periodistas y los retienen en los escalones haciéndoles retroceder poco a poco hasta llegar a la cima de la grada. Parece que el tiempo se para por unos instantes para luego reanudar con crudeza.

Las fuerzas de seguridad llegan al núcleo de la acampada y arrancan las tiendas de campaña, los indignados tratan de aferrarse y son arrastrados juntos con ellas. La gendarmería va amontonando en un rincón los restos que quedan de las tiendas. Algunos agentes intentaban arrancar los jirones de las tiendas a los que se aferran los indignados. Otros explotan los globos que en un primer momento habían servido de “valla”. Alguien grita: “lo que hacemos lo hacemos con el corazón, ¿y vosotros? ¿Qué les vais a decir el día de mañana a vuestros hijos?”.


Y cuando parece que el objetivo ha sido cumplido, un grupo de indignados levanta una tienda a modo de trofeo, todos aplauden y gritan al unísono en un español peculiar: “el pueblo unido, jamás será vencido”.  El movimiento español está muy presente y muchos lo consideran un referente.
Poco después de las once de la noche, tras dos horas de tensión, la luz de la Défense se apaga y la plaza queda a oscuras y más vulnerable que nunca. 

En la última intervención policial, a las dos de la mañana, comida y mantas son confiscadas, pero ni eso ni los catorce grados de temperatura han impedido que los indignados renuncien a su objetivo. El movimiento Democracia Real desde su página web pide refuerzos para los acampados y convoca una nueva movilización a las dos de la tarde de este sábado.

¡París, despierta!

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